jueves, 9 de agosto de 2012

Capítulo 8: Que somos amantes.


-Te veo en el estudio… a las cuatro, si…- Meryl hablaba por teléfono con su esposo, que estaba trabajando en su estudio, cerca de su apartamento. Habían vuelto de Italia hacía solo cuatro días y  ella ya tenía una reunión de trabajo, luego almorzaría y después iría a verlo al estudio. Don estaba trabajando también, los dos se habían avocado de lleno a sus cosas en los días de vuelta en la ciudad.
Él pensaba en su esposa mientras trabajaba en una nueva escultura, ella era su inspiradora, siempre lo había sido. Este día Don llevaba jeans gastados, una remera mangas cortas que dejaba ver sus músculos trabajados y zapatillas sport. Meryl llegó a las cuatro en punto, tal como había quedado con él, entró al estudio con sus llaves y luego subió las escaleras.
En la planta baja del estudio había muchas obras ordenadas, como en exposición y arriba era donde Don trabajaba en ellas. Meryl sonrió, mirando como trabajaba concentrado y  terminó de subir los últimos escalones, Don escucho el sonido de sus tacos retumbando en el piso de madera y se dio vuelta sonriente cuando la vio allí, miró su reloj y comprobó que eran las cuatro.
-Hola- le dijo ella.
-Ya termino… espérame.
-Sigue tranquilo, yo esperaré aquí- Meryl dijo y se sentó en un sofá, cruzando sus piernas, Don siguió trabajando por un rato, mirándola  a veces. Estaba hermosa, con un pantalón negro, una camisa crema que dejaba traslucir su bra, el pelo recogido y las gafas negras que siempre usaba. Ella lo miraba muy interesada en cada movimiento que hacía, como iba armando una escultura. Meryl amaba mirar como él trabajaba pero Don muchas veces no se lo permitía, porque le gustaba estar solo cuando lo hacía y ella lo entendía. Ahora que podía mirarlo todo el tiempo, lo hizo hasta que él dejó de trabajar, le quedaba la mitad por terminar de esa escultura de dos metros de alto, se acercó a su esposa quien se puso de pie y la rodeó con sus brazos, la besó y sonrió como siempre lo hacía cuando la tenía cerca.
-Que puntual eres…
-Por supuesto que lo soy- le dijo ella y posó sus manos sobre los hombros de el –hubieras seguido trabajando… me gusta ver como armas las esculturas.
-Tengo cosas mejores que hacer.
-¿Como qué?- preguntó Meryl risueña.
-Estar contigo, besarte, abrazarte… hacer todo lo que a ti te gusta- él le dijo sugestivamente mientras la besaba en el cuello, Meryl movió su cabeza hacia el costado para que el tenga mejor acceso y sonrió complacida.
-¿Todo lo que a MI me gusta?- le pregunto ella poniéndole énfasis al “mi” y le acarició los brazos  y luego su pecho.
Don lentamente comenzó a desabrocharle los botones de la camisa y cuando estuvo completamente abierta pasó sus manos alrededor de su estrecha cintura, sintiendo su suave piel, besándola despacio pero profundamente, con pasión.
-Todo… lo… que… a los… dos… nos…. gusta- él le dijo sobre los labios y se los mordisqueó entre sonrisas, Meryl no pudo evitarlo y pasó sus manos alrededor de la nuca de su esposo, lo besó apasionadamente y Don hizo que ambos cayeran sobre el sofá, mientras le fue quitando una a una las prendas y ella hizo lo mismo con la remera de él y luego de deshacerse del cinturón de él, le bajó el cierre de los pantalones y éstos ayudándose son sus piernas. Don la besaba con mucha pasión, los dos se miraron jadeantes, deseosos el uno del otro, Meryl introdujo su mano dentro de los bóxers de él, pero Don se la apartó rápidamente -iremos despacio esta vez… y como yo diga- él  le dijo y ella asintió, dejándolo hacer,  volviéndola loca con cada caricia, con cada beso. No había parte de su cuerpo la cual Don no había tocado o besado. El momento había llegado, estaba lista para recibirlo, el se acomodó entre sus piernas y ella lo envolvió pasando éstas alrededor de la cintura de él, Don se introdujo dentro de ella con un movimiento suave y entre palabras de amor, sonrisas y promesas los dos llegaron al clímax, extasiados se miraron y Meryl dulcemente le acaricio la mejilla, Don se hundió mas dentro de ella y se hicieron uno solo nuevamente, dejando sus cuerpos juntos por minutos, abrazados, respirando agitadamente.
-Te amo Mary- Don le dijo sonriente, entrecortadamente por su respiración.
-Y yo a ti mi amor- Meryl movió sus manos por la espalda de él y Don se hizo a un lado, recostándose al lado de ella, de costado, abrazándola desde atrás y acariciándole su cadera, Meryl enredó sus piernas con las de él y cerró los ojos cuando lo sintió tan cerca suyo, enredó su mano en la nuca de él y miró hacia atrás, dejando que él la besara –cada día eres más maravilloso…- ella le dijo.
-Sólo para ti.
-Si, sólo para mi... mi marido, mi amigo, mi amante, todo mio.
-¿También amante?- él preguntó con una sonrisita burlona.
-Por supuesto... somos amantes... hoy y siempre... no quiero otro hombre.
Donald la besó y envolviéndola con sus brazos la hizo sentir mejor que nunca, los dos eran felices, no había nada mejor que éstos momentos en los cuales se decían todo lo que significaban el uno para el otro.

Capítulo 7: Huye de mi.



Meryl se fregaba los ojos, llenos de lágrimas, Don le pasó su mano por la espalda en una caricia -¿estás bien?- le preguntó.
Meryl lo miró, puso sus manos en su cabeza y salió de la cama sin contestarle, tomó unas frazadas y una almohada.
 -¿A dónde vas? ¿Estás bien?- volvió a preguntarle él.
 –Será mejor que duerma en el sillón- le dijo ella.
 –Pero…- Don no alcanzo a terminar de decirle lo que le parecía mejor, Meryl ya había salido de la habitación, fue al living de la suite y se recostó en el sillón tapándose con sólo una manta, había comenzado a llorar desconsoladamente, Don apenado la escuchaba desde la cama, quería acercarse, preguntarle si estaba bien, pero no pudo, él sabía cómo era Meryl. Cuando ella necesitaba tiempo sola, él se lo tenía que dar, era muy importante los espacios de cada uno en su relación, se respetaban mutuamente.
 Donald se despertó temprano en la mañana y al salir de la cama, la vio allí, sentada en la pequeña mesa desayunando. Él no podía pensar tranquilamente, recién se despertaba y no quería ni peleas ni nada malo, así que fue hacia el baño y se duchó, luego salió de allí, se vistió rápidamente y salió de la suite sin decir una palabra. Meryl se quedó pensando en su pesadilla y en todo lo que había pasado en los primeros tiempos cuando recién se estaba conociendo con su ahora esposo: Donald Gummer.
-Me enamore de ti, Meryl- le dijo él –y te necesito.
-Y yo a ti-  dijo ella llorando.
-Me enamoré, ¿lo entiendes? Te amo- le repitió él agarrándole sus mejillas para mirarla a los ojos, la beso muy suavemente y luego la abrazó.
 –Te amo Don, pero tengo miedo- le hablaba ella al oído mientras estaban abrazados.
 –¿Miedo de que?
-De que sea muy pronto para estar con otra persona, no le puedo hacer esto a John- le explicaba ella.
 -¿Recuerdas que te dijo John?- Don continuaba con su cuestionario, ella asintió –me lo has contado miles de veces  a todo lo que te dijo John, y ahora lo estás traicionando.
–No lo estoy traicionando, pero…- ella se calló, en parte, Don estaba en lo correcto.
-Tienes que ser feliz como te lo dijo él, y yo estoy dispuesto a hacer lo que sea para eso, para que seas feliz toda tu vida, estoy dispuesto a estar a tu lado para siempre- Don se había lanzado al vacío, y ella solo tenía que comprenderlo.
 -¿Qué… qué quieres decir?- le pregunto ella confundida.
-Que quiero casarme contigo- un Don muy seguro de si mismo le dijo de repente.
 -¿No es muy pronto?
-Perdóname, no debí abrir la boca, pero iremos despacio si es lo que quieres, prométeme por lo menos que me dejarás estar a tu lado.
 “No me puede estar pasando esto, ella es tan… tan… distinta, especial, no tendría que haber avanzado” pensaba él.
El ruido del teléfono sacó a Meryl de sus pensamientos, estaba recordando cuando había rechazado a Don la primera vez que le pidió que se casara con él, y ahora, ahora llevaban treinta y tres años juntos, todo un record para una actriz tan famosa y reconocida, que había trabajado con hombres deseados por cualquier mujer que veía sus películas, sus trabajos. Pero ella solo tenía ojos para Don, su Don. Él era todo para ella, era su vida.
En el camino al teléfono se quedó pensando en el juramento que le hizo a Don aquella noche, cuando lo había rechazado –si con alguien me tendría que casar, ese serás tu, Don- le había dicho ella cuando estando abatido salía del departamento. Y así fue.
-Mez…- le dijo Don.
 -Don, mi vida, ¿como estas? Te extraño... Por favor ven al hotel… te necesito- Meryl le decía un poco apenada -perdóname.
-Estoy bien, ¿y tú?- le preguntó el.
 -Estaba acordándome de algo…
-¿De qué?
-No importa. Ven al hotel…
-Ahora voy para allá- el dijo, colgó y salió hacia el hotel.
Meryl lo esperaba ansiosa, deseosa de sus brazos alrededor de ella, sus besos, lo necesitaba tanto… los recuerdos del pasado la ponían triste, y su esposo era el único que la hacía olvidar de todo porque cuando él estaba con ella, nada más existía.

martes, 7 de agosto de 2012

Capítulo 6: Pequeños sueños.



-Me encanta este lugar…- Meryl le dijo a Don mientras estaba en el balcón de la habitación del hotel, él la miraba desde la cama, habían hecho el amor minutos antes y ella solo llevaba una bata, el se cubría con las sábanas.
El día después de su cumpleaños se habían embarcado en un vuelo a Italia, más específicamente a Roma, regalo de cumpleaños de Don para Meryl, era uno de los lugares preferidos de ella.
-Siempre me gustó escaparme contigo a cualquier lado- Meryl le dijo recordando cuando siempre se iban juntos, especialmente los últimos años porque los chicos ya eran grandes.
-Lo sé- Don le susurró al oído y la abrazó desde atrás, apoyando su mentón en el hombro de ella.
-Gracias por todo esto, gracias por darme este regalo.
-No me tienes que agradecer.
Meryl giró y lo miró a los ojos –gracias, y si, te tengo que agradecer, porque seguís al lado mío después de tantas cosas, de tanto tiempo y…
Don posó su dedo sobre los labios de ella  y luego la besó –shh... no digas nada… te amo- le dijo y ella lo besó despacio, dulcemente, luego se dio vuelta y caminó hacia el baño –mhm... mi araña pollito, mi culoncita preferida- él le dijo sonriendo y le pellizcó el trasero riéndose, Meryl lo miro sobre su hombro seductoramente e hizo un guiño. Don la persiguió hasta el baño y tomaron un baño los dos juntos, Meryl se quedó dormida en la cama después del baño, y él la cubrió con las sábanas y se alistó para salir a comprar unas cosas, quería darle algunas sorpresas, no había nada mejor que las sorpresas para ella. Don dio un paseo y regresó más tarde con un ramo de flores, una cajita de Cartier con un anillo que él eligió especialmente meses atrás y lo había reservado para el cumpleaños de su esposa. Entró en la suite –¿Don?- Meryl caminó desde la habitación contigua en donde había un sofá, televisión, era un gran living.
-Si, soy yo- él dijo caminando y ella se apareció desde la otra habitación, luciendo un vestido gris y negro entallado con un pequeño cinto negro,  el pelo suelto cayendo con ondas sobre sus hombros y sus amados Louboutin’s negros –wow, ¿qué le pasó a la bella durmiente?- el sonrió y Meryl se largó a reír.
-Pensé que saldríamos a cenar, entonces me preparé…
-Estas hermosa como siempre- Don le dijo y se acercó para besarla, dándole las flores
-Gracias- ella le dijo sonriente y ruborizándose, después de tantos años los cumplidos de Don la hacían ponerse así, y a él le encantaba –por las flores y el cumplido- dijo finalmente y lo besó –me dejaste sola, eres malo.
-Tenía que ir a buscar unas cosas.
-¿Qué cosas?- preguntó curiosa.
Don le dio la caja de Cartier y ella la abrió, miró el anilló con pequeños brillantes todo alrededor como un cintillo de bodas, pero mucho más lindo, sorprendida lo miró a él –Donald... Oh dios… no tenías…
-Shh… usted se lo merece, señora Gummer- él decía mientras tomaba el anillo y la mano de ella y lo deslizó por el dedo en el cual estaba el anillo de bodas también –para que siempre los tengas juntos.
-Te amo- le dijo Meryl y lo abrazó fuertemente.
Esa noche, salieron a cenar, aunque Donald no quería, Meryl lo persiguió hasta que logró empujarlo a ir  a cenar afuera. Luego de una velada muy romántica, un paseo, volvieron a el hotel, se durmieron enredados en los brazos uno del otro, hasta mitad de noche, cuando Don escuchó a su esposa.
 -No, no, no- Meryl balbuceaba además de palabras inentendibles y se movía de un lado a otro en la cama, otra vez estaba teniendo una pesadilla. Se despertó en súbito y se sentó en la cama, mientras Don la miraba desconcertado a su lado, no sabiendo que le pasaba, estaba un poco dormido todavía…